Barquitos de Papel

Notas perdidas, abandonadas en facturas de teléfono, en envoltorios de galletitas, en bordes de diarios y revistas, como barcos de papel. A veces ni siquiera llegan a cobrar vida con la tinta y quedan atrapadas en la memoria, diluyéndose con el tiempo. Mensajes para mí más que para otros, aunque tal vez a otros también les puedan servir. Por lo menos, de este modo, los comparto y, además, les doy un destino para que no vayan naufragando por los rincones, olvidados.

28 abril, 2006

Un gordo negro

Estábamos con mi amigo Dudy viendo a Catupecu Machu. El recital era en un campo que parecía Woodstock tal como recuerdan las películas setentosas. Hasta había unas piedras que parecían ruinas de un pueblo abandonado desde hace cientos de años. La banda sonaba a lo lejos y nosotros en algún lugar del campo sacábamos una bolsa llena de cosas. Intenté armar algo con esas cosas, algo grande, como un gordo negro, pero me salió un bollo de papel relleno. Mi amigo Dudy quiso armar algo con esas cosas también, pero terminó con una pelota de papel en las manos y la mirada desconcertada. Por suerte Rafa y Ale estaban con nosotros. Rafa agarró esas cosas y armó un rollo largo y prolijo. Una obra de arte en sólo unos segundos pasó por nuestras manos. Usamos el rollo hasta que estuvimos satisfechos y seguimos viendo el recital de Catupecu. En algún momento me dormí sobre el césped y soñé. Estaba sentado en un escritorio, una mañana cualquiera, en una empresa cualquiera, y mi amigo Dudy se acercaba para contarme que había soñado conmigo. Desperté. Dudy estaba al lado mío, mirando el recital, quizás. Le pregunté si alguna vez había tenido un sueño en el que yo estuviera presente. “Puede ser” me dijo “no me sorprendería, todos soñamos cosas raras”.

24 abril, 2006

Amuchástegui esperando en el andén

21 abril, 2006

La Resistencia

Mi abuelo nunca pisó Carrefour, porque decía que había arruinado el barrio. El supermercado le daba nostalgia, melancolía, de esa que solía tener recurrentemente por el puesto de achuras, el trabajo en el diario Crítica y los años del tango y la milonga. Esa mole de cemento y asfalto se había llevado el templo. Como los españoles que conquistaban poniendo iglesias sobre los cementerios indígenas, los franceses quisieron colonizar con su modernidad sobre los restos de la tradición de un barrio futbolero. Ganaron. Invadieron y ahí siguen. Pero ya se van a ir. A mi abuelo lo entendí tiempo después. Mi abuelo resistió, como muchos otros, la llegada de los “beneficios” de esa modernidad.

17 abril, 2006

Amuchástegui vive en el Subte