El Negro me pregunta si estoy escribiendo. Le digo que estoy con un cuento sobre los camiones que van a la noche por Boedo cargados de bolsas y cartoneros. Totó dice “¿Viste lo que son esos camiones? Toda la noche pasan”. Les cuento que siempre que voy a tomar algo a Margot, veo pasar más de diez camiones en un par de horas. El Negro pide otra cerveza. La tercera. Nos quejamos de los chizitos, húmedos y sin sabor. Totó dice que se va a clavar una pizza en el hornerito porque le pintó el bajón de hambre. Le pagamos a la moza. “Es rara”, dice, el Negro, “tiene lomo pero esa napia la arruina”. Levantamos los bolsos para salir a la calle. Marcos, el profesor de box, pasa por al lado nuestro. Tartamudea y nos dice que con tanta cerveza recuperamos todo lo que quemamos. El frío de la calle nos entumece las piernas. Caminamos por Maza y arreglamos para el próximo asado en la casa del Negro. Totó dobla en Estados Unidos. Yo sigo hasta Humberto Primo con el Negro. Me dice “bueno fiera, nos vemos”. Saluda y se va, despegando, apenas, los pies del suelo entre un paso y otro. La imagen del negro yendo hacia Loria se junta con otras imágenes que guardo en algún rincón. Tal vez en el mismo lugar donde se grabó la frase que me dijo Fabián en su libro: “Boedo queda donde estemos nosotros”. Recorro unas cuadras más. Los cartoneros ya están sentados en los cordones de la avenida esperando que pasen los camiones. San Juan, Boedo, Pavón, casa.